“…después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al Fútbol.”

—Albert Camus

03 de noviembre de 2017

 

Toda persona que es apasionada por algún deporte, parte de sus sueños es vivir en carne propia, de cerca, los detalles de tal amor. En mi caso, lo he vivido con el béisbol desde pequeño porque en República Dominicana es el deporte por excelencia. Lo practiqué de pequeño, aunque era malísimo como left-filder (aunque no sé qué tan dócil puede ser un niño de 9 años en esa posición). Es evidente que eso no pasó a mayores porque el sueño de ser Grandes Ligas era directamente proporcional a mi falta de ganas de levantarme a las 7:00AM todos los sábados para ir a las prácticas. En ese momento me di cuenta que el Béisbol, a pesar de su experiencia y simbología, no me había llenado.

La misma trama tuvo cada deporte que pasó frente a mis ojos. Uno que otro lo practiqué y los otros pasaron en mi vida con la vivencia clara al mismo nivel que sé de Ingeniería Química. Sin penas ni glorias. Hasta que un día despertó algo en mí que estaba dormido. Ayer, Francho, un compañero del Máster, me preguntó en el autobús antes de llegar a San Mamés de cómo me hice del FC Barcelona. Le respondí que era el club que más me representaba por su historia, la cual me he dado la tarea de estudiar lo más que podido. Pero que el primer recuerdo claro que tengo del Fútbol es del Mundial de Francia del ‘98. Yo con 5 años. De aquella Final que los dominicanos pudimos ver a través de la TV habitual. Solo tenía la imagen de un señor rubio que marcó gol. Años después pude confirmar que fue Emmanuel Petit quien sentenció aquel partido monumental de aquella Francia en el Stade de France. Aunque a Francho le consternaba, al menos esa era mi impresión, la duda de si el Fútbol es importante para los dominicanos.

Le respondí que, para un grupo, sí lo es. Dejar clara la idea de que el Fútbol, para muchas personas cercanas a mí, es algo primordial en nuestras vidas. A pesar de la distancia estratosférica que hay entre la realidad dominicana y la cultura del balón en otros países. Ese fervor, esa pasión, esa importancia que tiene el balón en las vidas de tantas personas. Bilbao no es la excepción donde en un solo balón están todas las historias del Fútbol de Bizkaia. Que en un espacio esférico estuviesen tantas alegrías, pero al igual un montón de tristezas. Eso era lo que debía palpar de frente.

Entonces llegó esa jornada de Liga en el cual el FC Barcelona debía visitar al Athletic Club de Bilbao en su Catedral. Tenía la duda de si aprovechar la oportunidad o no, debido a que no andaba con el presupuesto más abultado del mundo. Varias personas del Máster me preguntaron de si iría, además de amigos cercanos. Tomé la decisión de jugármela y pude encontrar un buen asiento a un precio razonable. A la hora de comprarlo: todo quedó ahí. Tuve unas expectativas enormes de que saltaría de felicidad al confirmar la transacción a través de la página del club. Pasó un miércoles. Pasaron dos días y nada había cambiado. La decepción tomó todo ese vacío y se quedó como si la hubiesen llamado.

Llegó el sábado: el día del partido. Sin mucho que desear. Llovía por Bilbao, como si fuese un misterio. Cada gota que caí, llenaba un poco más las aguas de la Ría, pero no así mi concepto de ganas de ver el partido según creía. Las horas pasaban y durante un partido en la mañana de la División Cadete B de la Federación Bizkaina de Fútbol, uno de los niños estaba feliz porque vería a Messi por primera vez en San Mamés. Aunque a su padre no le importara mucho, ya que le interesaba más que el equipo rojiblanco diera la cara en este mal momento del club y ante un rival que era todo menos fácil para ganarle. Ese fervor lo quería. El de aquel niño y la confianza plena de que para él, Messi es el mejor.

Las horas fueron acercándose a la noche y debía prepararme para el partido. Tomé mi jersey de Busquets de la temporada pasada, mi bufanda y mis respectivos abrigos. Salí con la esperanza de que el camino se hiciese corto y avivara la llama. Debí tomar el tren a las 18:15PM, según Google Maps. Llegué a la estación y no había mucha gente. Faltaban 10 minutos para la hora pautada. De un momento a otro, comenzaron a llegar personas vestidas de rojo y blanco, algunas familias enteras para ir a ver el partido. Parejas de equipos distintos y grupos enormes. Al otro lado del río podía ver cómo se conglomeraban en los bares para el mismo motivo.

Llegó el tren. Subí. Los minutos seguían pasando lento. Durante el trayecto hacia el centro de Bilbao, desde la montaña, podía ver a San Mamés. Vestido como una fortaleza que espera a recibir a un ejército. Unas personas cerca de mí hablaban de que el Athletic debía marcar de primero y que era vital para mantener sus esperanzas en esta primera parte de la Liga. En conjunto, se fue sumando el hecho de que algo en mi pecho comenzó a cambiar. Cerca del escudo del FC Barcelona. De la nada, y sin esperarlo en ese instante, sentía cómo la emoción de la primera vez la sentía. Admito que quise llorar profundamente, porque nunca lo había sentido. Ni con el Baloncesto, ni con el Béisbol, ni con ningún otro deporte. Como si todos mis deseos durante todos los años viendo a este club el cual tanto amo y también he sufrido, se hayan juntado en un solo espacio y tiempo. Sin olvidar el calor de la gente a la hora de acercarme a San Mamés, que me vieron que andaba solo, y me deseaban mucha suerte con el partido. Al igual cuando llegué a mi asiento, con unos hinchas del Athletic que hicieron lo mismo. Me hicieron sentir en un hogar donde solo importa una cosa: el amado balón. El cual tiene su justa dimensión y preponderancia.

Faltaba un poco menos para que rodara el balón en San Mamés. Hice algunas fotos improvisadas y uno que otro vídeo. Comenzaban a saltar los jugadores al terreno de juego para iniciar el partido. Algo sucedió por un lapso de tiempo muy pequeño: un silencio. Ahí empezó a sonar el himno del Athletic. Esos gritos y tanta gente junta para lo mismo me hicieron cambiar y ver el Fútbol de otra manera. Entendí el por qué me sentía vacío en lo futbolístico, porque debía estar así para ser llenado otra vez. En ese momento me di cuenta que el Fútbol me había llenado. Como me dijo al final de la noche un señor que me encontré en el tren, llamado Gorka: Eric, es que este club son unos colores y un sentimiento. La familia rojiblanca me había dado esa inyección que necesitaba. Tantos años de Fútbol ha habían sido justificados en 90 minutos. Me di cuenta que oficialmente era un fanático de este deporte.

 

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