Llovía en Cabrera

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Llovía en Cabrera

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“Mientras miraba el mar desde el balcón donde amaneció un domingo y el sol no se despertó, pensaba sobre las cosas que había vivido en los últimos meses. El recordar se sentía como ver una película desde afuera, donde no se reconocía, donde veía una persona que no era. El momento en que la vida le hizo olvidar quien era para regresarla con mas fuerza, quizás lo doloroso del proceso había valido la pena, claro… siempre y cuando de nuevo no se perdiera”.

Hay algo en la naturaleza que te lleva a pensar, cosas que van desde la inmortalidad del cangrejo hasta la insoportable levedad del ser, o cuestionar desde el color del esmalte de uñas hasta las mas importantes decisiones tomadas, y en ambas situaciones la duda es válida.

¿Quiénes somos para cuestionar las decisiones de los demás, y entonces pretender que es injusto cuando cuestionan…

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Ernesto Sábato: El Camino por su Túnel

Ernesto Sábato: El Camino por su Túnel

El 2017 me tomó con mucha lentitud con el tema de la lectura. Desde muchos libros revisados hasta quedarme con un solo autor (sin mencionar que estoy terminando mi Maestría en Finanzas Corporativas y ello conlleva el proceso de tesis). Uno de esos casos fue Ernesto Sábato, todo porque una amiga me invitó a ser parte del Club de Lectura de la universidad donde estudié mi carrera. Aunque ya había leído a Ernesto hace algunos años. Pero todo lo que uno lee va cambiando al nivel de que pasan los años. La curiosidad me entró debido a que leeríamos El túnel, cual obra, para mí, no era de lo mejor luego de haber leído sus ensayos. De esto nace una necesidad de contar de forma resumida sobre la vida de Ernesto Sábato  luego de participar en el encuentro del club sobre el libro.

Todo lo que pasa por la mente de Castel se ve justificado con las experiencias de Sábato desde pequeño (dentro de los matices, contextos y formas correspondientes). Con sus padres, en la universidad, ese orden que buscaba a través de las Matemáticas. De quien le enseñó la mayor parte de las cosas sobre el Lenguaje y la Literatura fue un tipo proveniente del Caribe con mucho que dar.

Con todo esto nace un proyecto dentro de mi blog Encuentro con La Paz. Recuperar ese diálogo, ese cuento, esas vivencias, esos poemas sueltos hasta los más conocidos a través de la voz. Ver casos literarios sobre una mesa y una idea: así como me enseñaron en casa. Espero que esto genere preguntas y casos similares de esos escritores e historias que a uno le dan curiosidad.

Navegar sobre la sociedad líquida

Navegar sobre la sociedad líquida
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En los últimos años, una de las conversaciones que he tenido con mi Mamá ha sido el tema de cómo hemos ido perdiendo la esencia de la vida dentro del mundo de virtual. En el cual estamos totalmente sumergidos. Este tipo de hechos lo hemos aceptado de tal manera que es parte principal de nosotros. La conexión a internet, las redes sociales y todo el discurso que conlleva la exposición a nuestra realidad para con otros.

Zygmunt Bauman fue quien pudo aprovechar y realizar las críticas más directas a la interconectividad que llevamos todos. Aunque tendiera a ser un poco ácido en sus planteamientos. Hasta llegar a verse como un viejito sin mucho que aportar por esas personas que no hacían liga con él.

La cuestión de la identidad ha sido transformada de algo que viene dado a una tarea: tú tienes que crear tu propia comunidad. Pero no se crea una comunidad, la tienes o no; lo que las redes sociales pueden crear es un sustituto. La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero la red te pertenece a ti.

Una de las enseñanzas dentro del contenido de su obra fue enmarcar ese “declive” de la Humanidad en tornarse líquida esa esencia. Así, dentro de un ejemplo sencillo, como el agua. Aunque las redes han derivado aquella ecuación de lo socialmente correcto en las relaciones humanas, también implícitamente da como válido y trascendente el hecho de que aún la conectividad existe y que la misma genera vida. Nos incita a preguntar, aunque no sean las preguntas correctas. A cuestionar que hay un más allá del perfil de Facebook o el tuit que ve un su cliente de Twitter favorito. Siempre existirá la responsabilidad de que esto nos ha vuelto más transparentes. Mami suele poner en la jugada que nos exponemos más de la cuenta.

Formular las preguntas correctas constituye la diferencia entre someterse al destino y construirlo, entre andar a la deriva y viajar. 1

Sí, bastante expuestos que estamos. Pero conocemos más personas que están en la disposición de ser ayudadas y aprender mutuamente en el proceso. Nos volvemos puentes a la hora de que escribimos un estado en Facebook o nos molestamos con el tema del momento por Twitter. Queda en nosotros en dosificar y aprender del proceso. Mami y yo, terminando esas conversaciones kilométricas, concluimos que antes en la sociedad líquida se debía nadar para llegar a un sitio; ahora navegamos y vemos el horizonte de frente (y, mayormente, acompañados).


[1] Bauman, Z. (2010). La globalización: consecuencias humanas. P. 12. Distrito Federal, México.

 

Franz. Jurgen. Pep: El crecimiento está en aprender de los demás

Franz. Jurgen. Pep: El crecimiento está en aprender de los demás

El cambio, como la mayoría de las cosas trascendentes de la vida, es difícil. Cambiar esos hábitos, costumbres y rasgos personales-culturales tiende a disminuir nuestra capacidad de caminar (aunque el hecho de mencionar la zona de confort de uno, en estos tiempos, suene como cliché). Axel Torres explica el desarrollo y evolución de la Selección Alemana y su Fútbol a través de los años hasta llegar a ser Campeona del Mundo en el 2014 en Brasil. Teniendo como buque insignia su club más emblemático: el Bayern de Múnich. Más cuando Axel va entramando toda su experiencia analizando el Fútbol Alemán con su inclinación a aprender el idioma y su profesor, André Schön, se ayudan a responder algunas preguntas sobre el cambio:

  • ¿Quién?
  • ¿Para qué?
  • ¿Por qué?

 “Esa ausencia de miedo. Esa superación del dramatismo. Esa jovialidad. Esa manera de vivir.”

Hay un adagio muy popular en el mundo de los negocios, que en su momento lo popularizó Warren Buffett: Si algo funciona, ¿para qué cambiarlo? Esto es cierto hasta el punto de que ya lo funcional se va tornando obsoleto según pasa el tiempo. En el Fútbol, le pasó a los Húngaros al final de la década de los 50’s cuando arrasaron de forma internacional, pero las guerras y la falta de continuidad en las estrategias del Budapest Honvéd para mantener al equipo hicieron que se les recuerde en estos tiempos. Igual a los ingleses en dos ocasiones, con su 4-4-2 inamovible, los Húngaros los pisotearon y los clubes argentinos cuando viajaban a Europa en sus giras. También a los del Río de la Plata cuando tuvieron que aceptar las dificultades de la transición de su entrenador emblemático, César Menotti, para que Carlos Bilardo tomara el reto de unir la química de un grupo que, a duras penas, llegaría al Mundial de 1986 de México a quedarse con la Copa. Ejemplos hay de sobra en el Fútbol. Donde quedarse estático en una idea te deja solo entre otros que sí van avanzando o tratan de hacerlo. Con el miedo de que el error genera pérdidas, de muchísimas formas, pero más emocionales. Cuando, en realidad, el error es lo normal y seguro; partiendo de ellos se identifican con el compromiso  de tratar de controlarlos. ¿En la vida diaria no pasa igual?

“La Alemania de la fusión. La Alemania multicultural, y no solo multicultural por el origen de sus jugadores; la Alemania multicultural por sus influencias. La idea de Klinsmann llevada al máximo exponente e incluso más allá.”

Porque los cambios se van dando cuando nos damos cuenta que no somos producto de nuestro simple esfuerzo, sino la sumatoria de todas las decisiones (buenas, como malas) y las influencias personales e inmateriales que ejercen en nosotros. A algunos alemanes le chocaba moverse de su filosofía de juego directo a un fútbol más asociativo en ciertos aspectos del juego.  Para ver qué se podía agregar con el fin de mejorar el carácter alemán. De no avergonzarse al confesar que admira lo ajeno y que se fija en los demás para construir su propia idea, esa Alemania abierta al mundo. Pedro Henríquez Ureña explicó en varias ocasiones que una de las riquezas del lenguaje era la unión de diferentes pueblos y culturas, sabiendo que ninguna tiene toda la información suficiente para ser trascendente por sí misma solamente. Que cada encuentro cultural, sus manifestaciones, visiones e interpretaciones ayudaban a convencer a los pueblos de que con el vecino se aprende. La ayuda entre los entrenadores que tomaban al Bayern con el espíritu de no tirar al mar lo que habían tratado de realizar, sino heredándolo. Las dudas se mantuvieron, pero fueron a arrojar luz después de quedar tan cerca de la gloria en los Mundiales del 2006 y 2010. Preguntaron. Mucho. Con las ansias de lograr ese éxito, se consiguió en Brasil en el 2014. Descubrieron que con las preguntas se enseña, pero más se aprende, como decía Sócrates.

A ti, Luisito.

A ti, Luisito.
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Pero también porque allí,
fue donde en paz nací yo.
—Manuel del Cabral (1)

Los seres humanos solemos ser movidos por los sentimientos que genera todo lo que nos representa. Desde nuestras creencias, modos de vivir y, hasta mucho más, las personas que de alguna manera nos vemos proyectadas en ellas. Si de algo se ha encargado el Deporte es de unir los corazones en pos de alcanzar glorias para quien practique dicha disciplina (no importando los tamaños y formas; tratando de comprender sus contextos). Ésto se eleva a un nivel mayor en representaciones nacionales. Luisito Pie, con la medalla de bronce en Taekwondo en Río 2016, llevaba encima los nervios, las ansias de seguir y el ímpetu de una nación; aunque muchos lo vean como un logro menor. Sí, dentro de la imperfecciones del Deporte aquí en República Dominicana (y en aquellos con categoría olímpica actual).

Todo ésto no va solo al hecho de la Pelea contra el español Jesús Tortosa, sino con todo lo que conlleva la expresión de lucha para llegar a ese instante. El orgullo de vestir los colores y llevarlos hasta el último intento. Por eso Jorge Valdano hablando sobre cómo explicaba La Nuestra como estilo de juego del Fútbol Argentino al principio del Siglo XX, decía que: La Nuestra es la pelota. La Nuestra tiene mucho más que ver con amor a la Pelota que con el amor al Fútbol. Yo recuerdo un cuento del Negro Fontanarrosa maravilloso. Un niño que deja la Pelota en un banco, se la olvida y se va. Pero cuando llega a la esquina, gira la cabeza y le silba a la Pelota. La Pelota se baja del banco y lo sigue al niño. Me sobresaltó, porque ésa era la aspiración que teníamos; que la Pelota nos obedeciera a nosotros a nuestra antojo. Ésa es La Nuestra (2). Dentro de la misma explicación se denota el control de los momentos y que el foco del juego, La pelota, siempre estuviese cerca de ellos (3). Es una imagen viva de cómo el Dominicano se apropia de lo que ama y a quienes ama, que eso sea el centro de atención. El motor de la alegría. Por eso Luisito Pie fue movido por esos sentimientos que genera saber que pudo representar con éxito a su hogar y a la gente que se ve en él. A pesar de los problemas que le rodea. Por encima de todo, es una característica de la Dominicanidad: la lucha continua y seguir caminando.

Tal vez, no lo sé, él diga, debido a lo que ha estado sembrando y cosechando:  «(…) al triunfo le hinqué el diente que afilé con el fracaso» (4).

 


Referencias:

(1) Del Cabral, Manuel. (1987). Obra poética completa de Manuel del Cabral • Tercer trompezón. P. 152. Editora Alfa & Omega. José Contreras, Santo Domingo, República Dominicana.

(2) Rascovan, D., Rosenfeld, N. (Productores), Barnade, Ó., Rémoli, C., Fernández Moores, E., Dejtiar, G., Morente, N. (Escritores), & Rémoli , C. (Director). (2016). El Fútbol es Historia [Motion Picture]. Argentina. Agosto 17, 2016, de https://youtu.be/61kAdYPE5lU?t=13m.

(3) Una explicación de Jorge Valdado sobre La Nuestra con un cuento de Roberto Fontanarrosa. Cómo se interpretaba la misma y que aspiración tenía en sí misma. Parafraseada y explicada. Para más información, ver El Fútbol es Historia. Capítulo 1 – El Nacimiento (1867-1930).

(4) Del Cabral, Manuel. (1987). Obra poética completa de Manuel del Cabral • Compadre Mon en Haití. P. 137. Editora Alfa & Omega. José Contreras, Santo Domingo, República Dominicana.

El hermano Carlos

 

(…) se extinguió de repente.
Como si un ventarón helado
la hubiera apagado. (1)

 

Yo veo que sigues con los mismos pasos
por aquellos caminos intransitables que la vida
evita que uno tome en ciertos momentos;
la Humanidad vive en ese círculo, en lo que
por diferencias nos hace seguir en esto.
Tú, Carlitos, que nunca quisiste pasarte de la raya,
a pesar de que nada humano te era ajeno.
Por estas razones (y otras que desconozco) quisiste
ser así:
Uno más. Otro humano a la puerta
de la realidad que a todos nos arropa.
La paz era contigo y
tú con ella; sin importar el pago de facturas,
ni pagarés, por eso quise ser como tú,
abierto, puesto en lo mío, como en tus cosas estabas;
sin importar lo que dijesen, porque decías que
Dios la razón nos da y la fe nos ayuda a caminar.

Sí, eran las cositas pequeñitas que
te hacían grande en la congregación,
como en la comunidad; la Palabra
blanda y armónica que despedían
tus labios formaban el deseo de
conocerte.
Tratarte.
El Evangelio del amor y la Paz
era tu baluarte, porque no temías
en decir que fallabas, que las
miserias te arropaban como la noche
hace sobre la oscuridad.
Llevabas colgado cada una de tus miserias,
sin negar ninguna, aunque una que otra
se te escapaba.
Iría a tus brazos con el fin de
que me enseñaras tus secretos,
eso de morir al Viejo Hombre
(que para mí, era un misterio)
Pero decías que era algo diario,
enterrarte en tu habitación,
mientras La Oscuridad te leía tu panegírico,
día tras día, noche tras noche,
a pesar que en la mañana volvías como si nada.

Ése es el Hermano Carlos que
conocí,
puesto en pos de la vida,
sin ignorar los clamores y las injusticias.
Hasta que llegó el día,
ese que dejaste de ser,
de vivir. Porque te volviste
otro normal,
pero repetías que volverías
y que eso del Eterno Retorno era
un poco real.
Que ir y venir era normal,
eso de caminar: como punto de
que la Fe nunca faltará.
Espero que el viento no te lleve
a la deriva, y que el mismo
no apague tu llama, esa que
está al borde de tu mesa,
ardiente, protegida, aunque vulnerable,
sabiendo de que, tal vez, no haya mañana.

Ni haga (un) mañana, pudiendo
hacer como el poeta cibaeño,
irme dentro de ti, conocerte más,
ayudarte. La caída (aparente)
es la oportunidad de verse con la Gloria
venidera. No me quites la dicha de hablar de ti,
del ejemplo que eres para los mortales,
nosotros los humanos con caretas.
Sí, queda en mí que volverás,
resucitarás,
y posible que todo se vuelva a repetir.
Dentro de mi habitación,
así mismo como la tuya,
mi soledad se alegra con esa elegante esperanza  (2)
de que lo que construiste
no se pierda,
mas tenga vida eterna.
Debido a que quieres perderte,
volviendo a hacer lo que habituabas:
que cada día morías a ti
para no andar con tus muertes acumuladas
a las espaldas.
Pero la Corona de Vida la forjas
con el hecho que tienes
un respiro más para justificarla.
No sea yo u otra persona
tropiezo para tus fines
sabiendo que tienes tiempo pregonando
el Evangelio nuestro
mientras desapareces.

 


[1] Skarmeta, Antonio. (2010). Un padre de película. P. 13. Editorial Planeta. Santiago, Chile.
[2] Borges, Jorge Luis. (2004). Ficciones: La Biblioteca de Babel. P. 99. Biblioteca Borges, Alianza Editorial. Madrid, España.

Sobre Dios, la Alegría & las Pequeñas Cosas

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Imagen de Wesley Allsbrook

 

El realismo es una conquista que debe aprovecharse:
con prudencia, eso sí, con sencillez [1],
dijo Pedrito una vez,
cuestionando lo que nos describe,
eso que somos
y, a veces, negamos.
Nuestra humanidad,
de esas cosas que nos representan.
A imagen y semejanza nos creó,
configurados para superarnos,
sufridos a diario,
perfeccionados con las experiencias.
No quisiera hablar de las grandes cosas,
si de aquellas diminutas no me jacto
ni busco sus importancias.
Construyo momentos con piezas
del tamaño de la arena,
vivo tratando de llenar esa playa
que llamo hogar, pero la veo tan habitual
que solo veo el (a)mar y no la sal
que sana mi respirar.


Para mí no es tanto el hecho en sí,
sino el desarrollo del mismo.
Me iré más allá de lo obvio
de eso que está dentro de los rangos,
caminaré a lo profundo de la esperanza
aquella escondida entre los miedos
del día y de la incertidumbre del vivir.
Que los dolores (no) puedan llevarse las penas
que se visten de jornal y de hábitos;
veintiún días no son suficientes para enmendarlos,
por eso me agarro del amor,
el error es lo normal,
es intento, es la garra, es el no sé qué de la vida.


Oh Padre, no quites de mí estas tantas copas
aquellas que me llevan a ser y aprender,
fijas de experiencias y miserias,
de repeticiones vanas
y algunas caretas. Porque no busco que
todo se produzca de manera azarosa
ni fortuita, el Propósito que a de llevarme
entre los caminos de pedregal.
Sencillo es el advenimiento del Reino
de la Paz que debemos fomentar
con los hechos que son menester de todos,
creer es la decisión de vivir de los detalles
de no confiar en lo pasajero y rápido,
de aquello que no es justificable
ante los ojos de los Hombres.
Existo para saber de que llegaré a la meta
y de que Dios no juega loto,
ni tampoco gallos.
Sería trampa; ya sabría
cual número va a salir
o que gallo va a ganar.

 


[1] Henríquez, Pedro. (1928). Seis ensayos en búsqueda de nuestra expresión (p. 63). Santo Domingo: Editorial Cielonaranja.

Percepciones

—Qué manera de empezar mi investigación —dije, entre los dientes, mientras toda la clase aún pensaba en las suyas—.
Entre el carbón del lápiz rozando cada línea de mi cátedra y las ideas fluyendo en mi cabeza, ya todo mi marco teórico estaba planteado. Era el más adecuado para las exigencias de la materia. Solo me faltaba pasarlo a un formato digital.

Ya que había terminado esa parte, miré hacia atrás. Laura aún tenía sus papeles vacíos. Aunque ese vacío se estaba emulando en su rostro bronceado de santiaguera, sin ninguna razón aparente. No entendía su estado. Anoche hablamos de lo más normal y nos habíamos pasado veinticinco minutos hablando de todo el menester de esta clase, y de mi posible marco teórico. Ella aún no había escogido su tema y me dijo que iba a investigar más para poder delimitarlo. En ese momento, me cerró. Eran apenas las ocho de ese lunes por noche y en el Gran Santo Domingo todavía era temprano.

Luego de dar esa retrospectiva, detuve la corrida olímpica que estuve realizando con el lápiz por todas las líneas de mi cátedra y me decidí a preguntarle qué le pasaba. En el marco de las amistades, existen ciertas normas que, dejando la humanidad a un lado, deben ser seguidas religiosamente. Por inherencia, la clase de Seminario Monográfico Clínico I no es la más interesante de todas, ni tampoco la más divertida, pero mi tema me encantaba: El cuadro psicológico de mujeres que no pueden tener hijos. Eso decía. Imagínense, debe ser devastador. Ser despojada de la habilidad de concebir, ni sentir entre tus brazos el fruto de nueve meses de puro trabajo/sacrificio.

—Laura, por favor, extérnale a la clase tu tema. Ya que te veo en Belén con lo’ pa’tore’[1] —dijo la profesora—.
—Bueno, eh, aún no lo tengo bien estructurado. Me explico profesora. Anoche me reuní con quien sería mi paciente. Una mujer hermosa, con todos sus atributos bien distribuidos, inteligente y trabajadora; el epítome de una mujer independiente. Meses antes, ella me había preguntado si podía ayudarla con un tema familiar. Le respondí que no, en ese entonces, era apenas una pinita en la universidad. Después algunas margaritas en un bar de la Zona Colonial, me dijo que ya no podía más. Entre lágrimas. Pensé que se trataría de un tema de muerte de un pariente muy cercano o una de esas trivialidades que, con un poco de evaluación de la conducta, se pueden resolver fácilmente.

—No puedo más con él. Aún lo amo, pero no sé qué hacer. Me vive diciendo qué va  a cambiar, pero vuelve y lo hace.
—Pero, ¿qué es lo que hace? —le preguntaba—.
—Te cuento. El otro día, luego que te dije que nos reuniríamos para ayudarte con tu tarea; llegué a casa, un poco pasada de tragos, lo admito. Pero él pensó mal de una vez, no me dio un lapso para explicarle. Solo vi cómo se abalanzaba sobre mí y me pegaba, me pegó muy fuerte, no sabes cuánto. Al rato, se calmó y fuimos a la habitación. Hicimos el amor, ya ni sé. Me martilla la consciencia el hecho que siempre me dice que no llame a la Fiscalía. Temo por mis hijos. Gracias a Dios nunca están en casa cuando nos peleamos —me decía, hiperventilando—.
—Si usted hubiese visto profe’, veía su seriedad, ya no era una escena de esas novelas de mala muerte. Era un asunto de verdad y que, aparentemente, ella quería que tratara. Le recomendé que no escatimara esfuerzos para depositar la querella, tratando de desvincularme de su situación y no sentirme, de cierta manera, responsable; fue inútil. Sus respuestas fueron rotundas:—NO, NO, NO. Es que no quiero que los niños sean afectados. —me gritaba—.

—Además, no sabes de lo que es capaz. ¿No lees los periódicos? Todas esas esposas que son muertas a mano de sus supuestos esposos por ir a querellarlos. No quiero ser una más de las estadísticas.

—Gracias a Dios, nadie nos escuchaba por la música en el bar. Le contemplaba una mirada de ilusión, pero encarcelada en el castillo en el aire que le habían construido. Me contaba que él era adorable, trabajador, muy atento, tenía sus problemillas, pero con el tiempo se irían. La noche seguía pasando. La abracé con todas mis fuerzas para que sintiera mi apoyo, aunque lo hice con ciertas dudas y nos despedimos. Cada una tomó su rumbo. Al llegar a casa, me pasé la madrugada completa pensando en toda la conversación y la responsabilidad del caso. En la mañana, en mi cubículo de la oficina, me preguntaban que me pasaba. Nada respondí. —Laura calló repentinamente—.

—Interesante. Esto me recuerda a una joven de un grupo del semestre pasado que  se me había acercado con una historia parecida. Un cuadro de estudio impresionante, pero el juramento hipocrático me prohíbe explicarles con detalles; se dice el pecado, no el pecador, dicen. Pero estos casos son tan habituales en nuestra media isla. Entonces, ¿qué piensas hacer, Laura? —preguntó la profesora—.
—Posiblemente deje el caso. Creo que no me siento capaz de llevarlo por todo el peso moral que conlleva. Además, es un caso muy complejo de tratar, sabiendo que no tengo experiencia en el área.

Al escuchar todo esta trama, todo el curso se quedó atónito. Duramos como quince minutos en completo silencio. Me levanté de mi butaca, con todos mis papeles y los tiré a la basura. Mi tema no era tan genial después de todo. Creo que no vale la pena tener un hijo si no estás en paz contigo misma. Cuando me volví a sentar, a Laura le sonó el celular. Era un mensaje de texto:

—Qué mensaje tan extraño —murmuraba—.
—…

—Pues, muchachos, saben que deben traerme esta parte de sus investigaciones lista para la próxima clase, junto con su planteamiento del problema. Nos vemos la semana que viene. Pasen buenas tardes  —así se despidió la profesora—.

Al recoger todos mis útiles. Me había quedado sola con Laura y hablamos un rato acerca de todo ese suceso de anoche:
—¿No piensas ayudarla? —le decía—.
—Es que es demasiado para mí. No puedo ni con mi propia vida y no estoy dispuesta a llenarla con problemas que no me incumben. Solo quiero pasar esta materia.
—Cada loco con su tema —callé para no molestarla más—.

Cuando decidimos salir del aula y llegar a nuestra próxima clase, vimos todo un tumulto frente al edificio que daba a la entrada del campus. Corrimos hacia allá y una muchacha estaba gritando, diciendo:
—Yo le dije que todo se podía solucionar. Que él no valía la pena y que no era necesario todo esto. Solo dejó esta carta al pie del árbol, junto a su celular.
Cuando miramos hacia arriba, nos pasmamos. El cuerpo de la amiga de Laura colgaba desde lo alto de la mata de mangos. Hasta a mí me impactó la escena. Me fijé en su rostro y, al darme cuenta que la conocía, me apuñaló el corazón.
Leticia, antigua compañera de su colegio en la Ciudad Corazón, quien se casó forzosamente con Jorge, mi mejor amigo de la adolescencia, luego de tener un año de amores, al saber que ella estaba embarazada. Desde pequeños traté de ayudarlo con su problema de ira, pero, por consejo de mis padres, me recomendaron cortar todo tipo de laso de amistad con él. Me fue indiferente; eso trataba de simular. Como ella era amiga de Laura, una vez nos comentó acerca de su infancia y por qué decidió venir a la capital a estudiar; entre las conversaciones, nos habló de su novio, Jorge, y me di cuenta que era el mismo de hace años. Qué patio es nuestro país.
—… —exhalé—.

A pesar de la revisión de su estado, no había ninguna esperanza cuando la pudieron bajar. Se había desnucado por completo. Todo el mundo se había ido del lugar y, Laura y yo nos quedamos al borde del árbol. Tomé el celular de Laura y busqué los mini-mensajes; leí el último que recibió. Era un recado, su despedida. Busqué mi celular en uno de los bolsillos de mi cartera. Marqué:
—Buenas, ¿Fiscalía? Una pregunta, ¿es suficiente prueba un mini-mensaje para poner una querella?


[1] La frase denota poco de atención a un cierto asunto del momento.

Pérez-Jerez

La amistad que había entre Juan Pérez y Carlos Jerez no tenía nada de común. Eran compadres de ya hace un tiempo. No eran estos amigos circunstanciales, no de esos compañeros de bebida de adolescencia, los cuales salían contigo por mera motivación ocasional. Ambos eran tal para cual, sus acciones testificaban que nada los iba a separar a uno del otro; eran hermanos del parto de la Vida misma.

Carlos era propietario de uno de los colmados más concurridos del barrio. Había barrido con toda su competencia, además poseía una infraestructura más dirigida a lo que aspiraba; a ser empresario. Aunque él consideraba que su éxito provenía del buen servicio y de una sonrisa que le regala a cada uno de sus compradores, sin farsas y sin tener que disfrazar el alma.

Juan era su cliente más habitual, ya que era el cocinero principal de uno de los comedores del barrio. Además sabía que su compadre le supliría de los mejores ingredientes del país. Juan solía sentirse orgulloso de sus suculentos platos, los cuales servía con esmero y cariño. A veces mezclado con un poco de picardía debido a ciertas mujeres que iban al comedor. Hacía eso porque tenía que sobrellevar la gran maldición ancestral de poseer el nombre más común de la humanidad; él deseaba enviarle una carta a Dios, directamente a su despacho, a ver si cambiaba esa profecía por una más acomodada que: “Ciertamente Pérez serán”.

En cambio, muchos conocían el compinche entre estos dos, pero no sabían de la existencia de Lucía, que era ayudante fija del colmado de Carlos y segunda en el mando. No era pasada de edad, conservaba sus atributos bien posicionados, pero eso no era pretexto para proclamar malos modales. Era perfecta en todos sus caminos.

Un día de otoño, cuando Juan fue a comprar sus ingredientes de todos los días, se percató que Lucía estaba más hermosa de lo normal. Pero no tomó el momento como importante para no levantar sospechas de una cierta fijación hacia ella. Otro día de esa misma semana, Juan le comunicó por teléfono a Carlos que deseaba hablar con él en su oficina, para tratar asuntos personales. Fue a la hora del almuerzo que acordaron verse. Juan llegó puntual, como de costumbre, y no duró mucho en hacer relucir su inquietud:

Juan: — ¿Cómo es posible que hayas hecho eso?
Carlos: — ¿De qué me hablas?
Juan: —Tú lo sabes muy bien. Te vieron con Lucía anoche en el bar. La procuraste, la besaste, la hiciste tuya con cada uno de tus deseos.
Carlos: —Pero compadre…
Juan: —No quiero que me marees con tus cuentos de camino. Todo es tu culpa y de ella.

El ruido era tal que todos los empleados del colmado se habían dado cuenta de la discusión y algunos de los vecinos se habían conglomerado cerca del local para averiguar qué sucedía. Lucía entró a la oficina, porque era la única con la suficiente confianza para hacerlo y ya el ruido era exorbitante. Al momento de su entrada, Lucía vio como Juan estaba apuntando a Carlos con un revólver. Cuando Juan se dio cuenta del escenario que había armado, amenazaba a Lucía:

Juan: —Todo es culpa de ambos, tirando mi confianza por el suelo. Esto debe terminar pero ya.

La desesperación de Juan puso tenso el lugar. De todo el repertorio de sus modelos para matar, lo más cercano que tenía a mano era el guión del suicidio; el problema que nunca lo había ensayado. Dándole la espalda a Carlos, colocó el arma sobre su sien, mientras corrían las lágrimas por su rostro y no podía articular ninguna palabra. En el momento que iba a consumar el final del espectáculo, Carlos se pudo parar de su sillón, saltar sobre su escritorio y abalanzarse sobre Juan. El sonido fue claro y fulminante, y retumbó en todo el local, ya los vecinos se estremecían al ver que toda la sangre corría hasta llegar a la entrada del colmado. En la oficina, yacía un cuerpo inerte, el de Lucía. No había ninguna esperanza de que estuviera viva, murió al instante y sin obstáculos que la llevaran directamente hacia el Padre.

El barrio duró mucho en recuperarse de aquel suceso debido a sus actores principales. Como no hubo testigos fieles, el acto fue enmascarado como un simple accidente, no había mucho que disimular. Han pasado tres meses y Juan sigue yendo a hacer su compra habitual de todos los días. Juan y Carlos no eran estos amigos circunstanciales, no de esos compañeros de bebida de adolescencia, los cuales salían por mera motivación ocasional. Ambos eran tal para cual, sus acciones testificaban que nada los iba a separar; eran hermanos del parto de la Vida misma, lo pudieron demostrar al sobrevivir a la muerte, digo, a una mujer […]

“A propósito, no nos resistiremos a recordar que la muerte, por sí misma, sola, sin ninguna ayuda exterior, siempre ha matado mucho menos que el hombre.”
—José Saramago

Hombre honesto

Él la procuró en su casa, como de costumbre. Ese ritual nocturno de ser cómplices en sus encuentros ya se había vuelto parte de ambos. Él llegó, vestido de jornal y ella de oficina; le compartió que ella había hecho algunas diligencias para un estudio que debía realizar de Exploración Clínica. Él no entendía. Solo estaba acostumbrado a los números y a auditar ciertos estados financieros que le llegaban a su escritorio todos los 25 de cada mes. Como se puede apreciar, la relación, y todo lo que giraba en torno de ambos, solía ser muy burocrática.

—   Se escucha un hombre honesto.

Ya estaba desesperado, quería su cena lo más pronto posible, a pesar que, sentados a la mesa, jugaban con sus deditos de los pies debajo del comedor. Para variar. Ella, de un momento a otro, se levantó y fue a la habitación. Gritó: —Perdí otra vez. Se dio cuenta que él seguía perdido en la parafernalia del día laboral, por eso ni le fue al encuentro. Volvió al comedor. En un destello de lucidez se dio cuenta que su amada no fue la ganadora del acumulado de Loto Real, pero seguía estático.

—   Se escucha un hombre honesto.

Los minutos se alargaban de manera directamente proporcional a la relación calor/tensión del ambiente, agregando un mal olor en la habitación. Divagaba mucho si la tomaba de la mano, no importando el cansancio; como si eso fuese un argumento válido. No lo hizo. No quería asustarla. Seguía acariciando sus pantorrillas con sus dedos de los pies. La cara de ella no estaba fija en la presencia de él, de alguna manera, lo hacía sentir solo en el comedor.

—    Se escucha un hombre honesto.

—   ¿Puedo tomarte de la mano?
—   Espera un momento, llegó la cena —ciertamente no escuchó su pregunta.
—   Se escucha un hombre honesto.
—   …
—   …
—   ¿Te enciendo el abanico?
—   Sí, hace mucho calor. Nos refrescará un poco.
—   ¿No llegó el delivery?
—   Sí.
—   EL EJECUTIVO. —sacó el dinero de la billetera y se lo pasó. —BUEN PROVECHO.

Ella le dejó la devuelta al lado de un plato repleto de carne cruda. Se miraron fijamente y él articuló, nuevamente, su pregunta magistral y tan poco convencional:

—   ¿Te puedo tomar de la mano?
—   Jejejejeje—se le esbozó esa sonrisa que él tanto extrañaba.
—   Se escucha un hombre honesto.

Con la actitud de olvidar las escenas pasadas y comenzar de nuevo el guion; ella accedió, sin caretas ni otros obstáculos.
En la televisión, se volvió a oír:

—   Se escucha un hombre honesto.